domingo, 7 de septiembre de 2014

Una chica de 12 años denuncia su maltrato

Una aberración
el ancasti.com.ar/05 de septiembre de 2014
La crónica periodística indica que una niña de 12 años, por propia voluntad, se presentó el pasado martes ante el Juzgado de Menores para denunciar maltrato, físico y verbal, por parte de su madre y su padrastro.

El hecho llama la atención, no porque se desconozca la existencia de violencia intrafamiliar contra menores, sino porque habitualmente no son las propias víctimas las que toman la decisión de pedir ayuda institucional para frenar el abuso y, consecuentemente, castigar a los que perpetran el daño, ya sea físico o psicológico, los cuales comúnmente van de la mano.
En los casos más graves, donde la agresión física es sistemática y violenta, cabe apuntar que los padres victimarios pueden ser castigados penalmente. 
Sin juzgar este caso en particular, que la Justicia deberá investigar, resulta saludable que los casos de violencia contra los menores de edad tomen estado público. 
Es que, de acuerdo con las estadísticas que se manejan a nivel nacional, el 90 % de los casos de maltrato o violencia infantil no se denuncia.
Uno de las causas es, lógicamente, el temor de los niños a hacer conocer, no ya a la Justicia, sino ni siquiera a personas de su entorno afectivo, el padecimiento al que son sometidos. Pero también es un factor desencadenante de la violencia infantil, y de que ésta no sea castigada institucionalmente, una preocupante naturalización que de ella hay desde el punto de vista social y cultural.
Quizás no en casos extremos, pero los menos graves de violencia física contra los niños son justificados y legitimados como parte constitutiva de la crianza de los hijos. Algunos estudios señalan que 6 de cada 10 padres creen que aplicar un "correctivo”, eufemismo por violencia física, contra los chicos contribuye a su educación.
Es habitual observar en las redes sociales cómo se proclama la necesidad de aplicar violencia física en el proceso de crianza porque, presuntamente, los límites sólo pueden establecerse de esta manera.
 
Un problema adicional es que el maltrato –físico o psicológico- tiende a reproducirse generacionalmente. Es decir, el hijo maltratado suele convertirse, más temprano que tarde, en padre maltratador. "La historia de la propia infancia se considera uno de los factores de más alto riesgo en las posibilidades de llevar adelante adecuadamente la educación y la crianza de los hijos”, señala María Inés Bringiotti, que integra la Asociación Argentina de Prevención del Maltrato Infanto-Juvenil (ASAPMI).
Por su parte, Ennio Cufino, representante en la Argentina de UNICEF, opina que "el castigo disciplinar no es una opción válida para educar, y generalmente es proporcional al nivel de stress y ansiedad de los adultos y no a la seriedad de los actos que hizo el chico o la chica”.
La visión que justifica y naturaliza la violencia contra los niños es, en realidad, una aberración. Las buenas personas no se forman a golpes, sino a través del buen trato, el diálogo y el ejemplo. Y un buen modo de construir una sociedad menos violenta es evitar el abuso de poder por parte de los padres.