ABC Salud/Rafael Ibarra / viernes 22 de julio de 2011
Ahora un trabajo realizado por el Grupo de Investigación de las Víctimas Infantil y Adolescentes de la Facultad de Psicología de la Universidad de Barcelona, ha hecho una revisión sobre las principales consecuencias neurobiológicas del abuso sexual infantil y concluye, tras revisar 34 estudios sobre abuso sexual en niños, que es necesario considerar al maltrato y al abuso sexual infantil como un problema de salud que afecta a diferentes áreas de la vida de sus víctimas. Por ello, según se señalan en las conclusiones del trabajo publicado en Gaceta Sanitaria, apuestan por favorecer el desarrollo de programas de intervención y tratamiento teniendo en cuenta sus múltiples efectos.
Noemí Pereda, coordinadora del estudio, ha respondido sobre algunos de los aspectos más relevantes de la investigación.
En el estudio se habla de abuso sexual en niños, pero ¿se pueden extrapolar los resultados hacia otros tipos de abuso que pueden producirse en la edad infantil?
En general los estudios son bastantes convergentes en cuanto a las consecuencias del abuso infantil, independientemente del tipo de abuso. Se han encontrado resultados similares en menores víctimas de maltrato físico, negligencia y expuestos a la violencia entre los progenitores. Es la vivencia de un estrés continuado tan importante como el que implica una situación de maltrato infantil, durante el periodo de desarrollo del individuo, lo que genera la afectación neurológica observada, no el tipo de maltrato sufrido.
¿Cuáles son las alteraciones neurobiológicos más relevantes que se producen tras el abuso y cómo influyen en el desarrollo y en la salud?
Las alteraciones más importantes tienen que ver con afectaciones en el desarrollo cerebral y cambios en el volumen de algunas zonas cerebrales, cómo el hipocampo o la corteza prefrontal, entre otras.
También se describen alteraciones en el funcionamiento de otras áreas, cómo la amígdala, haciéndolas más sensibles a estímulos que provoquen miedo.
Pero, sin duda, el cambio más importante se da en el funcionamiento del eje hormonal de afrontamiento al estrés, el denominado eje hipotalámico-hipofisario-adrenal. Este cambio influye en cómo se responde después a situaciones estresantes, habitualmente con una mayor sensibilidad a éste y una mayor vulnerabilidad al desequilibrio psicológico.
La forma en la que el individuo se relaciona, por tanto, puede verse afectada por estas alteraciones, principalmente con un mayor retraimiento social y conductas desajustadas socialmente, que crean rechazo e incomprensión.
También se ve afectada el área de la salud mental, con una mayor prevalencia de trastornos afectivos y de ansiedad, y la salud física, con una mayor prevalencia de enfermedades inflamatorias y problemas cardiovasculares, entre otros.
¿Afecta el abuso por igual a todos los niños? ¿Existen mecanismos de resistencia, como la denominada resiliencia?
El abuso sexual infantil, no podemos olvidarlo nunca, es una experiencia vital adversa. No es un trastorno mental y, por tanto, no afecta a todos por igual. Cada persona dispone de una serie de recursos, personales, familiares, sociales, que pone en marcha ante una experiencia negativa, como puede ser el abuso sexual infantil.
Por ejemplo, aunque es sabido que el maltrato influye en el ciclo de la violencia, sólo lo hace en los portadores una versión concreta del gen de la MAOA.
Otro ejemplo, de la interacción genética-ambiente es que, si bien la experiencia de acontecimientos vitales adversos incrementa la probabilidad de padecer depresión mayor, ello depende también de qué versión del gen transportador de la serotonina tenga el individuo. La interacción genética-ambiente es, por tanto, una variable a tener en cuenta. Pero también el ambiente. La falta de una figura de apoyo, en víctimas de abuso sexual infantil, se ha demostrado incrementa el riesgo de problemas psicológicos posteriores. También el sentimiento de culpa que presente la víctima o su baja autoestima. La experiencia de abuso sexual es un punto de inflexión en la vida del niño o niña que, a partir de sus mecanismos de resiliencia, configurará una trayectoria vital de riesgo o de protección.
¿Qué posibilidades de recuperación tiene estos niños?
Si asumimos la realidad de los estudios llevados a cabo, tanto en España como en el ámbito internacional, tenemos que tener en cuenta que el abuso sexual infantil es una experiencia adversa que afecta a un importante grupo de niños y niñas, alcanzando porcentajes de entre el 10 - 20% de la población.
La gran mayoría de estas personas, no obstante, no desarrollan problemas psicológicos si no que, tras un período de duelo y adaptación, consiguen llevar una vida igual que la del resto de la población. Esta adaptación positiva dependerá de los mecanismos de resiliencia que comentábamos en la anterior pregunta y que sirven de amortiguadores ante el riesgo de problemas psicológicos que supone la experiencia de abuso sexual.
La psicoterapia es una opción muy adecuada cuando el niño o niña presenta síntomas de desajuste y no cuenta con los recursos personales ni familiares suficientes para poder tirar adelante por sí mismo. Pero debemos recordar que en el tratamiento del abuso sexual infantil hay que alejarse de modelos patologizantes que consideran que la experiencia de este acontecimiento conlleva, directamente, el desarrollo de psicopatología y la necesidad de intervención de profesionales.
¿Es importante la edad en la que se cometen los abusos, la duración de los mismos o la proximidad de la persona que lo hace (padre, madre, hermanos, abuelos, etc.)?
Todas estas variables, la edad en la que el menor ha sufrido la experiencia de abuso, durante cuánto tiempo, qué relación tiene con el abusador, la gravedad de los abusos sufridos, entre otras, son lo que denominamos variables mediadoras que suponen un incremento del riesgo de problemas psicológicos para el menor víctima.
Se ha observado que una mayor frecuencia y severidad de los abusos sufridos, una relación íntima y de confianza con el abusador, así como otras variables relacionadas con una reacción de incredulidad o acusatoria hacia el menor por parte de su entorno ante la revelación o el descubrimiento del abuso, pueden incrementar enormemente el riesgo, de por si ya importante, de consecuencias adversas tras la experiencia de abuso sexual.
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